viernes, 4 de abril de 2014

Filosofìa, Conocimiento y Educaciòn.
Por: María José Montero.
     En este mundo tan cambiante la producción de conocimiento en el ámbito educativo no se detiene y requiere de nuevas ideas, paradigmas, formas de ser y actuar, por lo que se hace necesario estar en constante aprendizaje, pero sin dejar de lado los preceptos plateados desde las diferentes corrientes filosóficas como el empirismo o el racionalismo, que sustentan diversas estrategias de aprendizaje que permiten dentro del proceso educativo generar conocimiento y  así establecer qué enseñar, cómo hacerlo, con cuáles medios y cómo evaluar el aprendizaje que conduzca a educar y formar seres humanos críticos y con conocimientos que promuevan el debate y por ende la producción de saberes. Por su parte, Norris y Kvernbekk (1997) proponen que las teorías educativas deben ser conocidas por los docentes si ellos esperan ser coherentes en su pensar y hacer en las prácticas del aula. Es decir que los docentes como artífices del conocimiento deberían tener dominio de las teorías educativas y los planteamientos filosóficos, con la finalidad de que en su que hacer educativo se logren los objetivos propuestos en el marco del proceso de enseñanza-aprendizaje sin dejar de lado las potencialidades, habilidades, formas de ser y de pensar de los estudiantes, motivado a que la producción del conocimiento puede explicarse desde diversas teorías epistemológicas.
     En este sentido, diferentes corrientes filosóficas han tratado de explicar de acuerdo a su principios como se genera el conocimiento para el positivismo, todo lo que se encuentre más allá de la lo regido por la relación causa-efecto pertenece a la fantasía, todo lo que no puede ser probado no es conocimiento, en contraposición el empirismo se enfatiza en el papel de la experiencia, ligada a la percepción sensorial, en la formación del conocimiento. Para el empirismo más extremo, la experiencia es la base de todo conocimiento, no sólo en cuanto a su origen sino también en cuanto a su contenido. Se parte del mundo sensible para formar los conceptos y éstos encuentran en lo sensible su justificación y su limitación.
     En relación a esto, uno de los principales exponentes de esta corriente es John Locke, quien propone que el único conocimiento que los humanos pueden poseer es el conocimiento a posteriori (el conocimiento basado en la experiencia). Es famosa su proposición de que la mente humana es una Tabula rasa u hoja en blanco, en la cual se escriben las experiencias derivadas de impresiones sensoriales a medida que la vida de una persona prosigue.
     En el mismo orden de ideas tanto Platón como Aristóteles dedicaron gran esfuerzo al estudio sobre el origen y adquisición del conocimiento. Esta temática también fue abordada durante la Edad Media y el Renacimiento y con especial énfasis en el siglo XVII a través de las ideas de René Descartes, fundador del racionalismo de quien interesa destacar que la conciencia se halla provista de ciertos contenidos (ideas innatas) a los que se accede intuitivamente y que nos proveen de ideas claras y distintas a partir de las cuales se fundamenta el edificio del conocimiento. El racionalismo sostiene que el conocimiento válido y verdadero acerca de la realidad no procede de los sentidos sino de la razón.
     En consecuencia queda evidenciado como las diferentes corrientes epistemológicas han tratado de explicar cómo se genera al conocimiento partiendo de sus principios e ideas lo que propicia el surgimiento de diferentes paradigmas que rigen el que hacer investigativo, que se podrían definir como el conjunto de suposiciones de carácter filosófico de las que nos valemos para aproximarnos a la búsqueda del conocimiento.
     En consecuencia la aplicación teórica del paradigma en la investigación educativa contempla en si rasgos teóricos, conceptuales, temáticos, objetuales y metodológicos para participar en la definición, construcción y transformación de la realidad, es decir, no hay diversidad paradigmática, sino la tendencia del pensamiento humano de lograr una estructura compleja y total del conocimiento, un uso irreflexivo de las clasificaciones de los paradigmas que permitan entender debidamente los alcances y rasgos que pueden proporcionar un conocimiento adecuado para la práctica de la investigación educativa tan vital en el proceso de enseñanza-aprendizaje ya que permiten innovar y crear desde el aula de clases.

 Elaborado por: María José Montero

C.I 17. 035389

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